lunes, 5 de octubre de 2020

En el 30 Aniversario del Restaurante Briesta, antiguo Kiosco de Briesta

30 Aniversario del Restaurante Briesta, antiguo Kiosco Briesta

Celestino Celso Hernández

 

Restaurante Briesta, en la Villa de Garafía. Fotos tomadas de la página del restaurante

            Echar la vista atrás y revisar el tiempo transcurrido puede producirnos una doble sensación. De una parte, un gesto algo serio, si comprobamos que nuestros recuerdos se remontan más años atrás, de los que pudieran quedarnos por delante. Y de otra parte, de satisfacción, si esa revisión nos trae recuerdos agradables. Algo así me ha ocurrido a mí, en fechas cercanas, cuando me acerqué, como en muchas ocasiones anteriores, al Restaurante Briesta, antiguo Kiosco Briesta, en el lugar del mismo nombre, en la carretera que va de Las Tricias a Llano Negro, de la Villa de Garafía. Este ha sido un lugar de peregrinaje gastronómico, para nada obligado, por tenerse uno que desviar de las vías principales y realizar un recorrido algo más largo y sinuoso. Esa que se podría entender como tardanza, cuando nos proponemos llegar de un lugar a otro, lo más pronto posible, se convierte en este caso en una buena alternativa, incluso si alguien no se ha dado cuenta de cuál era la dirección más rápida, y se encuentra de sorpresa con este lugar de comida, ya de mucho tiempo en activo. No se arrepentirá de haber recalado por aquí.


30 aniversario del Restaurante Briesta. Fotos tomadas de la página del restaurante


            La sorpresa que yo no me esperaba, en esta ocasión, es que Coro, María Coromoto Martín, la dueña y entrañable anfitriona, antes de que abandonara este querido lugar, me hiciese entrega de una hojilla suelta y dos postales, en las que se recoge que Restaurante Briesta está celebrando su 30 Aniversario, 1990-2020. Ha querido el destino, siempre incierto y sorpresivo, que su aniversario coincidiera con la dichosa pandemia del coronavirus, que nos tiene a todos con los tiempos cambiados y el ánimo recogido. De hecho, en su “flyer”, que así se denominan técnicamente estas hojitas informativas, o publicitarias, se recogen varias actividades, que Coro y su marido Toño, habían programado para los días 20, 21 y 22 de agosto, del presente año. Sin embargo, y por si el covid-19 ya no estuviera causando suficientes estragos, en esas mismas fechas, a media tarde del viernes 21 de agosto, se declaraba un incendio en la zona de Catela, pago de los altos de Cueva de Agua, y en las cercanías de Briesta. El incendio fue a más, desgraciadamente, y la celebración del Aniversario, que con tanto cariño habían preparado Coro y Toño, quedó para mejor momento.

            Y es, a partir de aquí, cuando han venido los recuerdos a mi memoria, pues éste era lugar de paso obligado, antes de que abrieran la nueva y actual carretera por la costa, para llegar hasta Santo Domingo de Garafía, en donde vivieron mis padres, Manuel e Ignacia Teodomira, y nosotros sus hijos. Y además de transcurrir por Briesta la única carretera de comunicación, desde Garafía, con el sur de la isla de La Palma, es que una parada en Briesta se hacía imprescindible. Un reparador descanso, al menos para tomar un vaso de vino de tea y disfrutar un momento de las vistas de su fragante pinar, cuando no, y sobre todo, para disfrutar de una buena comida, en la que no faltara un potaje de trigo, gran aportación culinaria de gran arraigo, aún hoy, en tierras garafianas, y completar con una carne de conejo, o de cabra, o de cochino, de cerdo, como aparece en la carta, que en las tres variantes quedará bien satisfecho el cliente.


Antiguo Kiosco Briesta. Fotos tomadas de la página del restaurante


            Mis recuerdos se remontan más allá de la existencia del actual Restaurante Briesta, y por lo tanto en fechas anteriores a 1980. Tengo vivos recuerdos del antiguo Kiosco, que, pese a su modesta apariencia, llamaba la atención, y a mí, como creo que a otros más, nos producía incluso un efecto de llamada. Quiso la suerte que, incluso, tuviera ocasión de coincidir aquí, en el Kiosco de Briesta, con un personaje singular, uno de los más grandes verseadores, así llamados los autores y cantores de coplas populares, con variado contenido, entre mensajes y desafíos, en formato de décimas, que ha dado Garafía y La Palma. Severiano Martín Cruz, Severo, el verseador al que nos referimos, y al que tuve ocasión de ver, e incluso recitar, en el Kiosco de Briesta, que era uno de sus lugares preferidos, había nacido en el cercano pago de Catela el día 8 de noviembre de 1913. Hombre que anduvo cuantos caminos y paraderos había por toda la comarca, desde Tijaraje a Barlovento, con algunas paradas obligadas, como la fiesta de San Antonio del Monte, cada trece de junio, a la que concurrían, entre devotos, gentes de la agricultura y ganadería, tratantes y comerciantes, también los más destacados verseadores de toda la isla, entre ellos Severo, y aquí medían el saber de sus versos, lo más atinados y sonoros posibles, que doblegaran al contrincante. Sin embargo, la vida no da para da para tanto, y ese no parar, además de los variados caldos del país, imprescindibles en cualquier reunión de verseadores, que se precie, doblegaron a nuestro gran poeta popular. En los alrededores del Bailadero, otro sitio de parada, en el Bar, que entonces allí había, hoy Restaurante con el nombre de ese lugar, y después de una despedida cordial, de los amigos que allí se encontraban, decidió no continuar en el camino, falleciendo en el año 1989.


Monumento dedicado a Severo, en Catela, obra de Cano Navarro. Foto tomada de su página


            A Severo, Severiano Martín Cruz, se le dedicaría un monumento, por parte del Cabildo de La Palma, de mano de su Consejero, Primitivo Jerónimo, en el lugar de su nacimiento, Catela, junto a la carretera, y muy cerca, por cierto, de terrenos de mis abuelos Antonio y Angelina, que allí tenían viñedos y bodega. La escultura, busto de Severo y panel grabado con uno de sus versos, es obra del amigo escultor grancanario Chano Navarro (Las Palmas, 1971), siendo inaugurada el viernes 13 de enero del año 2017. La décima de Severo, que se rotuló en su monumento, dice así: “Si en tu sentimiento existe, / lector, consideración, / agradezco tu atención / a mi historia larga y triste. / Ya el corazón no resiste, / ya mi mente dicta en vano, / y moralmente de antemano, / por sus rústicas labores, / el perdón a sus errores / ruega Martín Severiano”.

            Aún volví a reencontrarme con el admirado Severo, después de fallecido, aunque pudiera resultar extraño. Lo hice, sí, con sus creaciones poéticas, tras la oportunidad que me brindó el Ayuntamiento de Garafía, por mano de su entonces Alcalde, Antonio Abilio Reyes Medina, ahora ya también prematuramente fallecido, y de su entonces Concejal de Cultura, Ismael Fernández Hernández, también fallecido, igualmente de manera prematura. En un nuevo día de San Antonio, el 13 de junio de 1993, dimos a conocer un libro de décimas de Severo, firmado por Talio Noda. Los amigos Abilio e Ismael me hicieron cargo de que coordinara la edición de este libro, y en el mismo quedó reflejado un breve comentario personal, en la contraportada, que se inicia del siguiente modo: “Por un poco de compañía, un verso podía ser tuyo, Severo te lo regalaba con su voz fuerte, con su profundo y roto cantar. Apoyado al pequeño mostrador de madera del antiguo kiosco de Briesta, rodeado por el pinar, el tiempo transcurría plácidamente oyendo sus ingeniosas décimas, también sus advertencias e incluso la premonición sobre su triste final”. Inesperado y siempre agradecido regalo para mí, el haber tenido esta participación en el libro de Severo, como así lo denominábamos, junto a otros amigos muy recordados, además del ya citado amigo Talio. El maestro Eulogio Otero, que tuvo el gran acierto de llevar a cabo un trabajo sobre Severo, con sus alumnos de las Escuelas de Santo Domingo, consiguiendo algo que de antemano parecía poco menos que imposible, grabar las décimas recitadas por nuestro protagonista, precisamente en el kiosco de Briesta. Y con él, otro gran amigo, José Luís Martín Taizé, que aportó su acertado acompañamiento a la guitarra, en la ocasión que más se necesitaba, el recitado de décimas de Severo, en boca de su propio autor. Participación también, en suma, en este preciado libro de Severo, del que fuera mi maestro de escuela, y siempre recordado y admirado, Francisco de Asís Leal Páez, que para esta ocasión aportó sus dibujos a plumilla.


Portada y contraportada del libro 'Décimas de Severo', de 1993, en el que tuve el honor de participar


            Así transcurre la vida, y al paso de los años, como ahora, en el 30 Aniversario del Restaurante Briesta, que mi amiga y dueña Coro, me ha hecho gratamente recordar, nos asaltan los recuerdos, con nostalgia, sí, mas también con el buen sabor de lo entonces vivido y disfrutado. El entonces kiosco, ahora restaurante Briesta estarán siempre presentes en mi memoria, de eso no me cabe duda, y por eso, tal vez, retorne allí, cada vez que tengo ocasión. También por los recuerdos, unidos al antiguo kiosco, de un personaje único como Severiano Martín Cruz, Severo, quien también llevaba siempre muy presente este lugar. De hecho, así lo dejó recogido en uno de sus versos, que he podido ahora localizar, con motivo de este treinta aniversario del Restaurante Briesta, y que modestamente ofrezco a Coro y Toño, con tan buenos recuerdos y grata amistad:


El sábado a mediodía

llegué al Kiosco sin pensar,

sin saber a quién encontrar,

ni quién me saludaría.

Pero hice una poesía,

aunque no sea correcta

y con la mente indiscreta,

pero dice Severiano,

que en lo agudo y en lo llano

demuestra que él es poeta.

 

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Consagrado a la limpieza de su pueblo, Pedro Hernández Rodríguez, Pedrito

Consagrado a la limpieza de su pueblo, Pedro Hernández Rodríguez, Pedrito


Celestino Celso Hernández


            Es posible que haya sido fruto de una casualidad que nuestro protagonista acabase consagrándose a la limpieza de su pueblo, pero al mismo tiempo, y por cómo ha venido ejerciendo su oficio, de modo intachable, da la impresión que ese era el destino que tenía marcado en la hoja de su vida. Llegar hasta donde se encuentra ahora, en pleno dominio de cada metro cuadrado de las calles de su villa, no ha sido nada sencillo. Y las dificultades comenzaron, prácticamente, desde el primer día en el que vino a este mundo.


            Nuestro protagonista nació un día 30 de enero, del año del famoso Mayo francés, 1968, de las revueltas de los estudiantes parisinos, del cambio de imagen e inicio de la liberación sexual de la mujer, de la generación de la “beatlemanía”, del movimiento hippie, muy ajeno él y sus paisanos de todas estas cuestiones, aunque de esta última ha acabado, en verdad, sabiendo algo, por tenerla de cerca, en su propio pueblo, aunque con otros protagonistas y otros modos de ejercer esa vida, identificada como de hippies.

Fotografía con Pedro Hernández Rodríguez, Pedrito, en la Plaza Baltasar Martín. Verano de 2019

            Los avatares en torno a la existencia de nuestro protagonista, Pedro Hernández Rodríguez, para las gentes de su pueblo Pedrito, se desarrollaron desde los primeros días de su existencia. No de otro modo se puede decir de dónde y cómo se produjo el alumbramiento de su madre, pues Pedrito nació en plena carretera, cuando lo llevaban camino del Hospital, en Santa Cruz de La Palma. Nos dice tener el convencimiento que se produjo por el camino de Puntagorda, en la carretera antigua, y en el interior de un furgón Ford, de Teodoro, el cojo de Las Llanadas de Llano Negro. La casa de sus padres, Pedro Hernández Díaz y Dulce Rodríguez Rodríguez, se encontraba por el callejón, en donde vivían las viejas “caqueras” y también Indalecio y su madre, Epifania. La familia quedó formada por seis hermanos, fruto de dos enlaces matrimoniales, que tuvo su padre, dos hijos con la primera mujer y cuatro más con la segunda, siendo mayoría sus hermanas. De sus primeros pasos en la Escuela del pueblo recuerda a los maestros don Miguel y doña Ana, y que estuvo escolarizado hasta primero, pues muy pronto murió su madre. Y de compañeros de escuela nos cita a Manolito, hijo de Manolo, Manuel, el guanche, el chico de Isidoro, Jorge, que se murió, el hermano y Laureano.
            Pedrito se ve huérfano de madre a los nueve años de edad. El cura del pueblo, don Pablo Álvarez Bravo, que ha dejado un excelente recuerdo e imborrable amistad, entre las gentes de esta villa, se preocupó por su situación, buscándole acogida en un internado, que se encontraba en Las Palmas de Gran Canaria. Hemos tenido oportunidad nosotros, en la actualidad, de desplazarnos hasta ese lugar, en el que estuvo internado Pedrito, comprobando cómo se encuentra fuera de servicio e incluso abandonado. Se trata de una amplia parcela, con varias edificaciones en su interior, una de ellas destacada, entre la Avenida de Amurga y el Paseo Blas Cabrera Felipe “Fisico”, en la salida sur de la ciudad de Las Palmas, por arriba de San Cristóbal, muy cerca de la línea costera. Su denominación era la de “Casa del Niño”, algo más al sur y por detrás del Hospital Insular y el Hospital Materno Infantil. Pedrito recuerda aún que quedaba cerca al barrio de Zárate, y más arriba y al interior San Juan de Dios y por el norte Casablanca. En el internado Pedrito comenzó pronto a prestar servicios, no sólo a figurar como interno, ayudando a las monjas y también al maestro, al que incluso llegó a sustituir, encargándose de la escuela, cuando aquél se iba para una finca que tenía.

Casa del Niño, en la que estuvo Pedrito, en Las Palmas de Gran Canaria

   De ese modo iban transcurriendo los días, hasta que llegó un momento, con motivo de haber tenido permiso de vacaciones, para venir de visita a su isla de La Palma, en el que todo cambió. Pedrito, cuando llegó el momento de retornar al internado en Las Palmas, y estando ya en el aeropuerto de Mazo, para coger el avión, se trancó en un baño y se negó a salir. Intentó convencerlo su padre, en un primer momento, y luego incluso la Guardia Civil, que fue avisada, pero él ya había tomada la firme decisión de no volver a salir de su isla. En un primer momento el padre lo llevó al Hospital de Dolores, de Santa Cruz de La Palma, junto a donde se encontraban sus hermanas menores. De vuelta en su villa natal de Garafía, y para ayudar en la familia y ganarse el sustento, Pedrito se puso al pié con su padre, haciendo paredes en el Barranco de la Luz, que en los mapas aparece como Barranco de los Sables, para aprovechar pequeños canteros, en los que sembrar algo que cosechar, como las papas. También subía hasta San Antonio, a recoger tagasaste para las cabras, que no hay mejor forraje para ellas como ese. E incluso le acompañaba en acciones comunitarias, que su padre también emprendía, en beneficio de los vecinos, como arreglar el camino, para bajar a la playa de Bujaren, citada en los mapas como Callao de Bujarén, pero en verdad que es una playa, que yo la he visto y muy singular, aunque su acceso también puedo asegurar que no es precisamente fácil. Y estas acciones las remarca Pedrito, que me añade, con orgullo hacia su padre, que fue quien fundó la Cruz Roja de Garafía, y que acudía con una camilla, junto con otro compañero, a atender a personas, que lo necesitaban, en esos barrios y pagos de más atrás. Se refiere, nuestro protagonista, a Salvatierra, El Palmar, El Mudo, Juan Adalid y Don Pedro, lugares a los que sólo se podía llegar a pié, por el Camino Real, que aún se conserva en su práctica integridad, hoy convertido, por lances del destino, en una “joya” etnográfica.
No tardaría mucho en llegar un nuevo contratiempo a su vida, y aun siendo menor de edad. Su padre fallece en el Hospital de Dolores, de Santa Cruz de La Palma, justo al lado de la Casa Cuna, prevista para aquellos que no tenían madre. Pedrito se encontraba solo, hasta que nos dice que apareció Manolo, al que todos conocen como el Quíquere, y que él ahora recuerda con gratitud, ya que incluso le facilitó quedarse en su casa. Desde Santa Cruz de La Palma emprendieron camino de vuelta a Garafía, con el padre fallecido. Pedrito se desplazó en el coche de la funeraria, hasta la iglesia, en Santo Domingo, donde le hicieron la ceremonia fúnebre. Y de la iglesia al cementerio, para ir luego a almorzar en el Bar de Arquímedes, en la plaza del pueblo. Ahí pudo encontrase, aunque fuese en un momento triste y por unos instantes, con sus hermanos, un niño y cuatro niñas, que estaban con las monjas.
       Siendo alcalde de la villa Juan Crispo Perdomo Castro, ya Pedrito había comunicado que su padre no podía continuar con el trabajo, que prestaba como barrendero del pueblo. A ello le respondió el alcalde preguntándole si él lo quería seguir, ante lo que Pedrito decidió vender las cabras que tenía, a Teodoro, del Mudo, tío de Ricardo, y dar comienzo a su propia vida laboral. No era ni siquiera mayor de edad, cuando se incorporó al trabajo, en el año 1985, por lo que tuvo que hacer su primer contrato de modo interpuesto, actuando para ello Sor Josefa, que le consiguió el seguro, rezando como madre Nieves Teodosia, Nievitas Medina, la telefonista. Merece recordar a Sor Josefa, María Josefa Argote Argote (Sáseta, Burgos, 1932 – Garafía, 1995), que por su gran labor de asistencia a los vecinos figura entre sus personajes célebres, citada en la página del Ayuntamiento de Garafía, otorgándole éste el nombramiento de hija adoptiva de esta villa, a la que llegó en el año 1977. El también recordado y muy querido garafiano Ismaelín –Ismael Fernández Hernández (Garafía, 1955 – 1996)-, siendo concejal, y ya con Abilio como Alcalde –Antonio Abilio Reyes Medina (Garafía, 1955–2018)-, a partir de mayo de 1987, le arreglaron los papeles, para que Pedrito se convirtiera en empleado pleno del Ayuntamiento de Garafía, junto con Maruca Sosa, madre de Carlota, como limpiadora.

El Chorro de Santo Domingo, en donde también estuvo la Carnicería, y ahora Pedrito guarda sus enseres de limpieza

  Su jornada de trabajo se inicia, cada día, a las siete de la mañana, desde su domicilio en el Tocadero, por debajo casa Félix, Félix Papaito, que como es sabido en La Palma difícil es quien no lleve un apodo y que incluso sea conocido más por ese sobrenombre que por el de pila. A las ocho ya se pone en marcha y lo primero es recoger el equipamiento, que guarda junto al Chorro del pueblo y al lado de la antigua Farmacia de don Mario, el yerno de don Antonio el médico, que tenía su consulta a continuación de la farmacia, y en donde comienza la calle principal de Santo Domingo de Garafía, calle que lleva el nombre de uno de los más grandes garafianos de la historia, Anselmo Pérez de Brito (Juan Adalid, Garafía, 21-abril-1728;¿Santa Cruz de La Palma, 1-septiembre? 1772). El puesto base actual, de Pedrito, es el mismo que en otro tiempo ocupaba la Carnicería del pueblo, con la que ya tuvo que ver su padre, en su día. Allí recoge “vehículo”, para depositar la basura, y también las hojas de palma, que él mismo se encarga de cortar y de secar, proceso éste último que lleva a cabo en la huerta del cura, así conocida por ser propiedad de la parroquia de Nuestra Señora de la Luz, y por tanto de sus regidores, los sucesivos curas párrocos.
          A  lo largo de la mañana se va aplicando a su tarea, de manera exhaustiva, prologando el trabajo a lo largo de toda la tarde, si es necesario, incluso en la noche y la madrugada, hasta las dos de la madrugada dice que ha llegado a estar, para que esté todo limpio, según sus propias palabras, y añade: sino, qué. Pedrito es capaza de hacer frente a cualquier contratiempo, que se le presente, reconociendo que sus principales enemigos son el viento, que por este lugar abunda y a veces incluso con ímpetu, y la “llovicera” o “choricera”, que reconozco que no le entendí del todo bien, pero he comprobado que este último término, en Cuba y en lenguaje coloquial, significa caos, confusión. En suma, nos habla, y esto sí que se lo entendí de modo claro, del agua de la brisa, también conocida como “chipichipi”, término incorporado por la Real Academia, por su uso en México, Guatemala y Honduras, añadimos que también en la isla de La Palma, con el significado de llovizna. Aún así, Pedrito, como indicábamos, hace frente a lo que pueda surgir, incluso ante estos “enemigos” suyos, de modo que, si es el viento el que se ha presentado, espera a la tarde para dar otro pase, y si es el chipichipi, entonces espera a que escampe. Incluso saca una conclusión positiva de este esfuerzo añadido, indicándonos que dándole dos “pasones” tienes menos para el otro día. Pedrito es parte intrínseca de las calles de su pueblo, su presencia en ellas es casi permanente, de tal modo que hasta cuando Google realizó el fotografiado para su mapa de Santo Domingo de Garafía, en junio de 2011, como se puede ver en Street View, ahí tenemos a nuestro protagonista, con el escobillón y la pala en la mano.

Nuestro protagonista, Pedrito, con sus herramientas de trabajo, captado por google, en junio de 2011

 A lo largo de su amplia trayectoria, pues Pedrito está al alcance ya del tramo máximo de vida laboral, para la jubilación, que sin embargo aún ve lejana, se han presentado algunas situaciones excepcionales. Una de ellas, de la que tiene recuerdo preciso, fue la tormenta, denominada ‘Delta’, que desató su furia en toda Canarias, también en su pueblo, en la noche otoñal del 28 al 29 de noviembre del año 2005. Por citar algún detalle, de la furia desatada por esta tormenta, Pedrito nos cuenta que la marquesina, que está situada en la Parada de la Guagua, a la entrada del pueblo, la arrastró hasta la punta de la plaza. Calculamos, por nuestra cuenta, que puedan ser un par de cientos de metros. También nos señala cómo “envorcó” los bidones de basura en el Cercado de don Antonio, así conocido, por el médico que hubo en el pueblo, ya citado. Remata, Pedrito, asegurando que el ruido del viento parecía de truenos.
            Y de este modo y otros similares van transcurriendo los años de Pedrito, hasta que llegue su jubilación, para el año 2.033, momento en el que cumplirá los sesenta y cinco años, habiendo acumulado, para entonces, una vida laboral de cuarenta y ocho años trabajados y cotizados. Hasta llegar a esa fecha, cada mes de agosto Pedrito tiene su mes de descanso, incluso va sumando días de asuntos propios, que en el sector de la administración conocen por “moscosos”. Sin embargo, él no suele utilizarlos, o aprovecharlos, como le corresponde, ya que los guarda, nos dice, por si acaso, pero al final casi nunca los utiliza, por lo que, con el final de cada año, pierde los que le correspondían. Durante su mes de vacaciones, de cada año, permanece en el pueblo, como de costumbre, eso sí, llevándose algún que otro disgusto, por ver cómo dejan la limpieza del pueblo, nada comparable con la que realiza él. Sin embargo, permanece callado y lo guarda para sus adentros, hasta que, finalizado agosto, Pedrito retoma los mandos de la limpieza y todo vuelve a estar en su sitio, de modo impecable. Por las mañanas no quiere perderse el café que le prepara, como nadie, su amiga Petra (Petruska Hauser), quien un día llegó a Garafía, junto con su compañero Jorge, checo como ella, para hacerse cargo de la Cafetería Bar Plaza, situada en la plaza principal del pueblo, que lleva el nombre del legendario héroe garafiano Baltasar Martín. Por las tardes, y sólo a veces, se echa una cervecita o dos, fuera de trabajo, porque nos adelanta, de inmediato: alcohólico no soy.
            Y como no todo puede ser trabajo en la vida, nuestro protagonista se daba alguna escapada a la costa, a la pesca. Recuerda una ocasión en la que asegura que eran seis pescadores, resultando él quien más pescado cogió, y que incluso cuando se le rompió la caña se la arreglaron con esparadrapo y siguió cogiendo pescado. Pedrito dice que tiraba a nylon muerto y que todo lo cogía dentro de la cueva. Asegura que fue en Las Puntas Muertas, por allá de Punta de Valiero, y que estaba con Paco, tu pariente, me señala, con Manuel, el guanche, Víctor, el hermano de Arquímides, y Casimiro. Nos dice que cogió unos veinte kilos, entre pargos y viejas, porque entonces había pescado. Fuera de lo habitual, alguna que otra escapada sí llega a darse, pero, desde hace ya tiempo, nunca fuera de la isla. Se acerca a Los Llanos y a Santa Cruz de La Palma, y con eso ya es suficiente. Le preguntamos si no se ha animado a acercarse a Las Palmas de Gran Canaria, en donde transcurrió una parte de su infancia, pero nos contesta, sin titubeos, que no, y añade: ese clima me jodió a mí.
           Pedrito se ha implicado también en algunas acciones, junto con sus vecinos, para sacar adelante actos y celebraciones, de gran arraigo en la villa norteña. Hay que echar una mano, porque ya es muy poca la gente, que ha ido quedando, y si no se colabora y participa se acaban perdiendo esas costumbres ancestrales. Una de ellas, en la que nuestro protagonista interviene, es en el Auto de los Reyes Magos, uno de los más auténticos de Canarias, como así lo han indicado especialistas de estos temas, con una invitación incluso, en cierta ocasión, para representarlo en la Universidad de La Laguna. Da la casualidad que alguien de mi familia, mi tío Celestino Hernández Perera, que fue cura párroco de Garafía, desde el 8 de mayo de 1939 hasta el 22 de agosto de 1950, fue quien llevó hasta esta villa el libreto en el que se anotan todos los versos de que consta este Auto de los Reyes Magos. Yo mismo lo he podido comprobar, en el archivo de la parroquia, en Santo Domingo, escrito a mano, por mi tío, recogido por él, a su vez, y según las fuentes más fidedignas, de un sacerdote catalán, que estuvo destinado en Tejina, barrio lagunero, con parroquia propia, que es limítrofe con Tegueste, municipio de nacimiento de mi tío Celestino.

Casa de los Castros, Santo Domingo de Garafía, convertida en Castillo de Herodes, para el Auto de los Reyes Magos

            Volviendo a Pedrito y al Auto de los Reyes Magos de Garafía, el papel asignado a nuestro protagonista, y que él desempeña con entrega y esmero, es el de guardián, junto con Evelio, el Pardelo, en el Castillo de Herodes, papel que interpreta Pepe. El edificio elegido para hacer de castillo de Herodes no podía ser más apropiado, encontrándose, además, a muy pocos pasos de la Iglesia, a la entrada de la Plaza Baltasar Martín. Se trata de una casona colonial, de estilo más bien ecléctico, con incorporación de rejería en sus balcones, y múltiples huecos con amplios ventanales, reflejo de los nuevos materiales, hierro y cristal, sobre todo, aportados por la industria inglesa, e importados e incorporados en nuestras islas, con arribada incluso a un lugar alejado como era este pueblo. Conocida como Casa de los Castros, en su parte más alta, a modo de frontón curvo, constan unas iniciales y una fecha: JMPC 1924. Hacen alusión, la segunda de ellas, al año de construcción de esta destacada vivienda. Y las iniciales aluden a la persona que la construyó, José María Pérez Castro, también conocido por su apodo de “Gato Amarillo”, otro de los Personajes Célebres, como se dice en la página web del Ayuntamiento de Garafía. Indiano, enriquecido en Cuba, como otros garafianos, aunque no tanto como éste, desde luego, invirtieron sus ganancias en su tierra de origen, ayudando sobremanera a la economía local, tan necesitada, en el primer tercio del siglo XX, como volvería a suceder, tras la Guerra Civil, esta vez gracias a la emigración a Venezuela.
            La participación de nuestro Pedrito, en algunas actividades y celebraciones de la villa garafiana, se extienden también a estar presente en algún “Cuadro plástico”, que es costumbre celebrar en Garafía, y en los que hemos podido incluso verle, en concreto en la Fiesta de Nuestra Señora de la Luz, que se celebraba a inicios de Septiembre, como es costumbre en muchos municipios, pero que aquí se ha pasado a mediados de Agosto, por las mismas causas ya citadas, de la notable pérdida de población. Estos “cuadros plásticos” han llamado nuestra atención, por su singularidad y hasta podríamos decir que rareza, al menos más allá de este pueblo de Garafía y de la isla de La Palma. Son, en realidad, representaciones teatrales, que no actuaciones, pues los participantes se mantienen sin actuar, en una actitud estática, sin movimiento alguno, como si hubiesen recibido la indicación de un fotógrafo de hace muchos años, cuando se pedía a los retratados que no se movieran, pues el procedimiento de captación de la imagen, en las cámaras antiguas, exigía tal comportamiento de las personas, para que la imagen resultase buena.
            Hubo unos años en los que también echaba una mano en San Antonio, la tradicional fiesta, de tanta devoción en toda la comarca, y lugar de la principal feria de ganado de la isla de La Palma y también de las más importantes de Canarias. Recuerda de los años en los que el baile aún se hacía tras la Iglesia y de ayudar en el enrame de los kioscos, e incluso de atender en el kiosco del Ayuntamiento, con Abilio, el Alcalde. Sin embargo, Pedrito ha dejado de ir a San Antonio, y nos dice que debido a que la fiesta ha perdido lo típico, que antes era más artesanal, más típico, con más embellecimiento con fayas, sustituido ahora por telas, y que también antes iba más gente.
            Nuestro protagonista se llegó a implicar, incluso, en otra de las más arraigadas celebraciones de Garafía, la Cruz de la Centinela. Pedrito fue Mayordomo de estas fiestas durante trece años. Durante ese mandato y ese tiempo se hicieron los fogones y se amplió la pequeña plaza, que se alza en lo alto del promontorio de roca arenosa, en el que se encuentra también el nicho con la cruz, y desde el que se divisa una amplia franja de la costa norte de la isla de La Palma. Llegó incluso a nombrarse mayordomo a sí mismo, al no haber nadie que le sustituyera, y lo hacía por no dejar de realizar esta ancestral celebración. Sin embargo, nos asegura Pedrito que finalmente puso fin a su “cargo”, por los entresijos de la dichosa política.


domingo, 4 de agosto de 2019



Hace sesenta años llegó la carretera a Garafía, y quien mejor la mantuvo fue Aurelio Pérez


Celestino Celso H. Sánchez

         Es un auténtico privilegio conversar tranquilamente con un señor de noventa y cinco años. Nuestro protagonista, casi me atrevería a decir que nuestro héroe, por su edad, muy bien llevada, por su esfuerzo, trabajo y dedicación, y su amabilidad al atendernos y contárnoslo es Aurelio Pérez y Pérez. Hasta somos familia, me indica en algún momento, de la gente de Cueva de Agua, cuna de mi madre Ignacia Teodomira y de mis abuelos Antonio y Angelina, un barrio próximo a donde nos encontramos ahora, Santo Domingo, cabecera de la Villa de Garafía.
         En algunas ocasiones anteriores ya había tenido oportunidad de encontrarme y conversar con Aurelio, incluso había mostrado la idea de tomar algunas notas, de cara a volcarlas luego en algún tipo de escrito, que recogiera algo de su interesante historia. Han querido las circunstancias que este verano de 2019 nos volviéramos a encontrar y compartir mesa, tomar algo juntos, él su café, o cortado, y yo una cerveza o un vino, y conversar, mientras tomo apuntes de lo que me va contando.

Puente de madera del Barranco de Carmona

      Y ha sido muy oportuno que haya tenido lugar ahora, y sea en este momento cuando yo elabore el presente escrito, pues ha venido a suceder que nos encontramos a las puertas del sesenta aniversario (60º) de la llegada de la carretera hasta Santo Domingo de Garafía, y que se pudiera ya comunicar, con un vehículo a motor, desde este municipio hasta la capital de la isla, Santa Cruz de La Palma. Ese hecho, mejor ese acontecimiento, tuvo lugar en el otoño del año 1959, el día 29 de noviembre. Ya para entonces, nuestro interlocutor, Aurelio, se encontraba trabajando, precisamente, en el cuidado de la carretera, como Peón Caminero. Testigo fiel de aquella legendaria carretera de tierra sigue siendo Aurelio y alguno de sus testimonios más destacados, como los puentes de madera, que aún se mantiene en pie firme, sobre el barranco de Carmona, al que custodian los barrancos Capitán y del Río, y sobre el barranco de Los Hombres. Bien merecieran estos dos singulares puentes su reconocimiento, con alguna placa que indicara su año y los autores de su construcción. Esa iniciativa ya la tuvo Víctor Pérez, a quien conocí en Roque del Faro, también en este verano y fruto de otra casualidad. El me confirmó, y del mismo modo Francisco, que se encarga de los fogones en el restaurante Reyes, que el padre de Víctor, Esteban Pérez Pérez, a quien aquí conocían todos como Estebita el carpitero, fue uno de los autores del puente de Carmona, junto con otros garafianos de gran saber innato, como Liborio. La planificación y dirección de la construcción, por su parte, del puente del barranco de Los Hombres, estuvo a cargo de Vicente Hermógenes Rodríguez Hernández, de El Tablado, según nos asegura José Hermógenes, por indicación, a su vez, de la hija de Vicente.
      Aurelio Pérez Pérez nació en la Villa de Garafía el año 1924. Su trabajo de peón caminero lo comenzó en el año 1955, como podemos ver en una fecha anterior a que se inaugurara la carretera. Cuando acudía a las oficinas del Cabildo, en Santa Cruz de La Palma, nos dice que él lo hacía en las que aún estaban en la Acera Ancha. Y lo hizo antes de que se inaugurara la carretera con Santa Cruz de La Palma, porque sí que existía una carretera en Garafía, antes del año 1959, aunque este municipio no estuviese comunicado con el resto de la isla. Aurelio nos lo aclara.
      Siendo aún un niño es capaz hoy, a sus noventa y cinco años, de recuperar recuerdos de los tiempos de la Monarquía de Alfonso XIII, tiempos en los que nos indica que se realizó la carretera desde Santo Domingo hasta la zona alta del municipio, el barrio de Llano del Negro, ya en el monte. Recuerda incluso haber visto a mujeres trabajando en la carretera, llevando espuertas de tierra a la cabeza, para mejorar la economía de sus casas. Y también recuerda haber visto en funcionamiento el cilindro de cemento, tirado por bueyes, que sospechamos habría de ser el que más tarde permaneció muchos años, casi como un símbolo varado, a la entrada del pueblo, y que varios de nosotros, en edades jóvenes, llegamos a utilizar a modo de jinetes, como el mejor caballo imaginado.


Entrada a Llano Negro, o del Negro, con el último Molino en activo de la isla de La Palma, al fondo


      La primera guagua, nos sigue indicando Aurelio, llegó a Garafía por mar, desarmada, siendo ensamblada aquí, en esta villa, para realizar el trayecto de carretera que hubo primero, como ya indicamos, de Santo Domingo a Llano Negro, y poco a poco adentrándose en el monte, hasta Roque del Faro, encontrándose algo más adelante con una primera gran dificultad orográfica, que salvar, el barranco de los Hombres. Tales fueron los descomunales precipicios, a los que debían hacer frente, que, hasta que la carretera unió a Garafía con el resto de la isla, en el año 1959, en estos inmensos barrancos de Franceses y Gallegos la gente ponía pie a tierra y pasaba caminando, mientras las mercancías lo hacían a través de un cable, suspendido sobre el inmenso vacío, entre Gallegos y Barlovento. Tal debía ser la impresión, que producía este paso de mercancías, que había gente que, por riesgo de perder un objeto preciado, incluso aunque fuera de gran peso, como una máquina de coser, prefería cargarla por tierra, antes de exponerse a la duda de que se fuese al vacío. Hecho éste, de la máquina de coser, que nos fue contado por Ercelia, que además nos añade que aún conserva tanto la máquina de coser, como su máquina de escribir. El temor era más que justificado, más aún si se le añadían ciertos componentes de creencias, como que se producían visiones, según nos asegura Martín, al que todos conocen como Martín Cano, que nos aporta también algunas indicaciones.

Barraco de los Hombres, donde se mantiene el otro puente de madera. Cumbre, con el Astrofísico, arriba al fondo

      Para que el primer vehículo a motor se pusiera en marcha hubo la suerte de contar con un excelente mecánico, que a la postre vendría a hacer de conductor, uno de los más legendarios, Soto, quien trabajaba para los Cutillas, en Los Llanos. Dice Aurelio que aún recuerda el rebumbio que se armó, en el garaje que había frente al antiguo edificio del Ayuntamiento de Garafía, para presenciar cuando se arrancó la guagua y se puso por primera vez en marcha. Sobre estas cuestiones, Martín añade, cuando le hablo del asunto, que Soto trajo una camionetita, que la utilizaba hasta Vaqueros, por arriba del Mocolón, para bajar varas y carbón de los pinos.
         Quiso el destino, siempre caprichoso, que esa primera guagua acabara en el fondo de un barranco, el de la Luz, en la trasera de Santo Domingo, junto al chorro de abasto público de agua. Ese era el lugar en el que Soto solía dejar aparcada la guagua, una vez había acabado su dura jornada de conductor. Y en uno de esos descansos, del histórico vehículo, una cuadrilla de muchachos garafianos tomó la decisión de escenificar todo el ambiente, que a diario se daba en el interior de la guagua, aún estando parada, como en ese momento lo estaba. Uno decidió hacer de conductor, otro de cobrador y otros se conformaron en hacer de pasajeros. Tan animados se encontraban y tan ensimismados en sus papeles, que representaban como reales, que, en una de estas, y cuando la mayoría del pasaje, por suerte, ya se había bajado, la guagua decidió elegir también su propio y último destino. Gracias a la providencia, poco antes de que el vehículo comenzara a deslizarse hacia su fatídico final, ladera abajo, conductor y cobrador pudieron salir indemnes. Así quedaría para la historia de este pueblo la pérdida de la histórica guagua, al tiempo que el milagro de que ni uno solo, de sus intrépidos e improvisados ocupantes, sufriera daño alguno, más que el tremendo susto, eso sí, el de Soto el mayor de ellos, cuando la noticia se regó por el pueblo, como un relámpago.

Chorro de abasto público de agua, en Santo Domingo de Garafía, junto al Barranco de la Luz

      En su recorrido habitual, la guagua partía de Santo Domingo a las seis de la mañana, con las luces encendidas, cuando aún el día no había despertado, ni tan siquiera buena parte de su pasaje, principalmente los más pequeños, quienes, a duras penas, y con el esfuerzo de sus madres y padres, acababan subiéndose a la guagua. Serpenteando, buena parte de su trayecto, una carretera de tierra, en ocasiones incluso una pista, particularmente cuando atravesaba las inacabables vueltas de Gallegos, la guagua llegaba a su destino, Santa Cruz de La Palma, a las once de la mañana. Habían transcurrido cinco horas, incluyendo, bien es cierto, varias paradas y descansos, pues de lo contrario es muy probable que no todo el pasaje llegara entero a su destino, o no en las condiciones sanas adecuadas. El conductor, Soto, Jubencio y otros históricos y auténticos héroes, disponían de apenas tres horas, en la ciudad, capital de la isla, para hacer sus vueltas, encargos, mandados, recogidas, e incluso almorzar, pues a las dos de la tarde volvían a encender el motor, para hacer el recorrido de vuelta. De nuevo, otras cinco horas de trayecto, para llegar a Santo Domingo a las siete, ya atardeciendo, incluso anochecido en los meses de invierno.
         Si de heroico podemos considerar el trabajo que realizaban los conductores, de aquellas guaguas de los años cincuenta y aún alguna década posterior, no menos dejan de serlo las labores de quienes se encargaban del cuidado de las carreteras, por las que aquellas guaguas hacían su recorrido un día tras otro. Y es aquí en donde volvemos a encontrarnos con nuestra protagonista, Aurelio Pérez Pérez.
         La jornada de Aurelio, como peón caminero, comenzaba a la par que la del recorrido de la guagua, pues a fin de cuentas era en ella en la que subía, a las seis de la madrugada, hasta Llano del Negro, lugar de distribución de tareas. Hacia el norte le correspondía a Aurelio, que contó con el apoyo de Nardo, y luego también Felipe. Y hacia el sur, en la pista que iba por Briesta, le correspondía a Jibrón, que además vivía en Catela, tierra natal también del gran verseador Severiano Martín Cruz, Severo. Jibrón esperaba en la venta de Ibraím, en donde aprovechaba para calentar las frías mañanas de Llano Negro. Y en Mocolón partía cada uno para su zona. Aurelio recuerda perfectamente cuál era su jornal, veinte pesetas al día, y también recuerda con presteza que se trabajaba incluso los sábados.

Casa y negocio de Manuel Colines y Petra la Tijarafera, junto a la antigua carretera, a la salida de la cuesta del Mocolón

      Como quiera que el jornal, aun siendo una suerte el contar con él, no daba lo suficiente, Aurelio aprovechaba su único día de descanso de la carretera, los domingos, para subir a la montaña de Vaqueros a coger comida para las cabras, y así completar el sueldo. Labores éstas que compartía incluso en los días de trabajo, para coger monte, que luego picaba, ya anochecido, a la luz incluso de un farol carretero, para hacer cisco, que luego vendía al Bejiga, de Los Sauces. Llegó a subir también a Los Lisianes, para coger arena, que luego vendía. Esas tareas no le cogían de extraño, pues de chico ya tuvo que lidiar con ellas, entonces para ayudar al sustento de la familia. Recuerda sembrar papas al hoyo, modalidad que nos indica se le llamaba así por su siembra en lugares de terreno pendiente. Nos comenta un caso, en concreto, de ese tipo de siembra de papas, frente a donde llaman el Río, por detrás de San Antonio, mirando al norte, y nos asegura que allí pasó uno de sus peores momentos, pues la brisa que entraba era tan fría, que se fue quedando congelado. Un peligro de similar calibre al que llegó a tener de chico, época de la que se acuerda ir a Buracas, en la costa de Garafía, a coger pardelas, para completar la alimentación, jugándose literalmente la vida en aquellos riscos.
         Con todo, en donde Aurelio mostró su verdadero oficio fue como Peón Caminero, de la carretera del norte de Garafía. Y así lo corroboró un técnico de vías, cuando tuvo oportunidad de comprobar el trabajo, que realizaba nuestro protagonista. Aurelio señaló al encargado un par de acciones, que él aplicaba a su carretera: ponerle picón para evitar que la vía de tierra se enfangara, cuando llovía, y darle un poco de abombamiento, del centro hacia sus márgenes, de modo que el agua de lluvia fuera hacia las cunetas, evitando que la carretera se encharcara. Tal fue la satisfacción de aquél encargado, que llegó a asegurarle que, después de haber hecho buena parte del recorrido, cuando llegaba a la carretera que cuidaba Aurelio se sentía hasta descansar. Al preguntarle con cuánta gente contaba para hacer todo aquél trabajo, y nuestro protagonista responderle que lo hacía él solo, no pudo más que ponerle otro peón a su cargo, nombrándole Jefe de Nardo. Los conductores también le mostraban su agrado, pues la conducción de aquellos vehículos, de los cincuenta y sesenta, requería de fuertes brazos para girar el volante, y si el firme de la carretera ayudaba hacía más llevadero el esfuerzo de los brazos.
         Entretanto, los años fueron pasando, y llegó incluso la democracia, que Aurelio también recuerda y en concreto al que fue su primer Presidente, Adolfo Suárez, porque entonces, para él en particular, llegó al fin el merecido reconocimiento a su condición y su sueldo. Fue llamado por el Cabildo, para que acudiera a Santa Cruz de La Palma, sin que él supiera exactamente el motivo, y más bien pensando que pudiera haber alguna queja. Al contrario, el motivo de su llamada era para hacerle un homenaje, en el momento de su jubilación, el año 1989, al cumplir los sesenta y cinco años y tras haber prestado treinta y cuatro años de servicio, como peón caminero. A él le ocasionaba aquello hasta cierta vergüenza, pues en realidad consideraba que él lo que había hecho era su trabajo.

Roque del Faro, con el tradicional Bar Restaurante Reyes, a la derecha, y el pinar y cumbre, con el Astrofísico, al fondo

         En el cierre de nuestro entrañable e inolvidable encuentro, y como inmejorable colofón, Aurelio nos hace un estupendo regalo, recitándonos, con buen y firme tono, sesenta versos, tantos como los que dan forma a seis décimas, que tienen que ver con el tema de la carretera de Garafía y con varios de sus protagonistas. Para quienes no tenemos conocimiento preciso de aquellos tiempos y sus personajes, Aurelio nos hace algunas precisiones sobre personas y lugares: Macario era un encargado, vigilante de la carretera del norte, al que el Cabildo decidió dedicar a tal tarea, con la ligera esperanza de que pudiera desempeñarse con mayor dedicación, que la que mostraba en la ciudad. Jubencio fue uno de aquellos históricos conductores de la guagua. Felipe se unió a las labores del cuidado de la carretera, como peón caminero, para sumarse como ayudante de Aurelio, del mismo modo que Jibrón, que a su vez se encargaba del cuidado de la pista forestal, que partía de Llano Negro y pasaba por Briesta, en dirección sur. Ibrahim era el dueño de un negocio, en Llano Negro, en el que uno podía surtirse de algún producto, como también de aliviar las penas y el cansancio, echando algún traguito. Por lo que se refiere a los lugares, que se nombran en los versos: la Sacristía y el Quitapenas, nos indica Aurelio, eran dos negocios, de mucha enjundia en aquella época, en los que degustar varios líquidos alcohólicos. Santa Lucía es un barrio del municipio de Puntallana, el primero que se encuentra superadas las interminables vueltas de San Juanito. Carmona, Machín, Capitán y Mocolón son distintas localizaciones de los montes y barrancos de Garafía, sumergidos en pleno monte y de cita casi legendaria, sobre todo por los esforzados trabajos que realizaban grupos de hombres, plantados en plena naturaleza desde madrugada, y que tras reponer energías, sobre todo con el imprescindible aguardiente, tierra, como se le dice por aquellos lugares, partían desde Llano Negro, La Mata y sobre todo Roque del Faro, para trabajar en la carretera, para aserrar pinos y preparar madera o carbón, y también para cortar varas. Productos que luego se enviaban por falúas, desde los distintos y pequeños puertos o embarcaderos garafianos –Santo Domingo, Puerto viejo de El Mundo, la Manga, la Fajana de Franceses, e incluso El Callejoncito y Lomada grande-, con destino a Gran Canaria.
         Se dejó algo Aurelio en el tintero, o no se acordó en nuestra conversación, que sin embargo enlaza con su faceta poética. Lo supimos, al comentar a Nieves Cabrera y Jaime, que estábamos trabajando sobre un encuentro con Aurelio. Ella nos añadió su faceta también de músico, y de los buenos, tocando el laúd, aprendido por sí mismo y de oídas. Nos lo confirmaría, con posterioridad, el propio Aurelio, añadiéndonos que el primero que adquirió le costó diez pesetas, y que no se encontraba precisamente en buen estado. Aun así, él supo sacarle partido y hacerlo sonar adecuadamente. Dos de sus hermanos, que hicieron el cuartel en la Breña y en Argual, uno de ellos estuvo incluso en la Guerra, salieron también buenos de oído, de modo que llegaron a formar un grupito, que tocaba en fiestas locales, en Santo Domingo, en el Bar de Leonardo, o incluso en casa Perejil, como también en Cueva de Agua, o incluso en Franceses. En alguna ocasión, la cosa llegó a terminar más animada de lo debido, como ocurrió en casa Joseana, en Llano del Negro, en donde prácticamente todo el mundo acabó en pelea. Aún hoy, sigue pensando que no fue por la música y la animación, sino por algo que le echaban al vino, y así lo cree también Mauro, presente cuando esto se comenta.
         Sospechando, finalmente, sobre quién podría ser el autor de los versos, y no habiéndolo dicho él, nuestro impulso nos llevó a preguntarle, confesándonos que, en efecto, dicen que él era el autor o verseador, de las poesías, que acababa de recitar y nosotros tuvimos la fortuna de grabarle, transcribir y ahora ofrecerla en el cierre de este trabajo.


Cuando Macario ejercía
la vigilancia del norte,
en unión de su consorte
puso rumbo a Garafía.
Parten de la Sacristía
al santuario Quitapenas,
en apasionada escena
cuál de una esposa y marido,
auténtico cuadro en vivo
de Jacinto y Magdalena

Era una noche serena,
aunque nubosa y sombría,
una madrugada fría,
la cumbre estaba nevada.
Y un autobús que arrullaba
viajeros que adormecía,
llegando a Santa Lucía
se interrumpió aquél silencio,
cuando comenzó Jubencio
a leer la orden del día.

Felipe que vaya un día
a la cuesta de Carmona,
continuando en esa zona,
después de bajar Machin.
Jibrón tiene que cumplir,
por arresto al disertar,
dedicado a desmochar
por lo menos treinta días.
Que él pierde aún más todavía
cada mes yendo a cobrar.

Ya las once iban a dar,
pasaron por Mocolón,
preguntaron por Jibrón,
que no estaba en Capitán.
Pues si sigue en este plan
va a vivir de vacilón.
Nardo, al ver el mogollón,
esquivó así la estocada
diciendo, yo no sé nada.
Pero, según sus razones,

se fue a ver unos lechones
abajo a Las Cabezadas.
Macario dio una patada,
de esas de conejo macho.
Quien va a su hacienda borracho
pronto la ve abandonada.
Cada día nueva jugada,
sin vergüenza ni reparo.
Se necesita descaro
y carecer de pudor

para quitarme el humor,
que traía del Roque el Faro.
Rezongando, continuaron,
con gestos de retintín,
sin con quien pelear.
Y al fin,
encontraron al fulano
echando el ron,
mano a mano,
con la mujer de Ibrahim.